Columna Cúspide Cultura del Esfuerzo

(Por Carlos Alberto Merodio)

Las escuelas de artes y oficios se establecieron en México desde el siglo XIX, dichos planteles tenían la intención de formar “ciudadanos útiles para la nación”; es decir, seres productivos y generadores del desarrollo colectivo, esto según los expertos de la época se lograría mediante el trabajo manual aprendido en las escuelas de artes y oficios de aquellos tiempos, las cuales estarían dedicadas a instruir oficios tradicionales a los habitantes de las concentraciones urbanas más concurridas del país.

Así nace por ejemplo la escuela de artes mecánicas (futura escuela de artes y oficios) como una herramienta de capacitación para los obreros que requerían las nuevas fábricas establecidas, así como para otorgar un medio de vida honrado y honorable a las personas de escasos recursos, quienes eran vistos, según la moral del momento, como un peligro a erradicar.

Tras la revolución mexicana, durante el gobierno de Plutarco Elías calles, se promovieron las escuelas normales rurales, luego las escuelas centrales agrícolas y más tarde, las escuelas regionales campesinas, que preparaban en dos años, técnicos agrícolas y maestros rurales; más tarde en el sexenio de Ávila Camacho (1941) se dividen en normales rurales y escuelas prácticas de agricultura las cuales proporcionaban a los alumnos cuatro años de primaria elemental y dos años de conocimientos, para servir como expertos en agricultura, ganadería y otras industrias regionales, eso sin mencionar a miles de jóvenes que eran llevados por sus padres a algún taller o pequeña fábrica con el objetivo de que estos se incorporaran al plano laboral, costumbre vigente hasta la fecha en muchas regiones del país y que da vida a la cultura afanosa del esfuerzo.

En el siglo 21 con la implementación de un régimen que sitúa su prospectiva de cambio a partir del asistencialismo y la manutención colectiva, tal parece que el objetivo es contradecir el viejo adagio de enseña a la persona a pescar en lugar de darle el pescado en la mano, el estado mexicano estaría produciendo una sociedad ociosa, apática del desarrollo colectivo y dependiente de la repartición selectiva de la riqueza, mediante una serie de programas de subordinación a cambio de evidentemente nada, fenómeno que tarde o temprano sin afán de ser fatalista traerá consecuencias catastróficas. Crisis, desempleo, pobreza, violencia social.

Para situarlo en contexto: con políticas de pábulo gubernamental, américa latina es la región del mundo que menos está creciendo en el planeta no obstante la pandemia, crecerá apenas un 0.6% este año, mientras que la economía global crecerá un 3.2% en promedio, en contraparte, Asia crecerá un 6.2 por ciento, la región de áfrica del sur un 3.4 por ciento, la región del norte de áfrica y medio oriente un 3.4 por ciento y américa latina apenas 0.6 por ciento.

Nuestro crecimiento es lento, gracias a la premisa de gobernantes que toman decisiones, asumiendo que aún gozamos de una economía como la de principios del siglo XX, basada en la mano de obra y el petróleo, y no en la del siglo XXI, en donde el conocimiento y la tecnología, son lo más importe, y en la cual el trabajo mental vale cada vez más, y el trabajo manual vale cada vez menos.

Mientras los asiáticos crean una sociedad en donde los estudiantes se preparan con mayor énfasis en la producción de ciencia y tecnología, en américa latina incluido México por supuesto, la calidad educativa se encuentra desfasada, asumiéndonos como una sociedad retrograda, consumista y con poco interés en la innovación y la creación de empresas generadoras de empleos; por el contrario a un gran sector de la población mexicana de hoy día, la perfila una fuerte inclinación a la dependencia gubernamental; a la que algunos facinerosos con ideales trasnochados llaman trasformación, sin que en el inter se aprecie ningún tipo de evolución personal o patrimonial de los ciudadanos.

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