[Mario Gómez y González]
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Importancia de los contrapesos
Lord Acton, escribía Enrique Cárdenas, en 2017 en su entrega periodística lo siguiente: hace más de cien años, acuñó la frase: “El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”. O en una jerga más coloquial, aunque no son equivalentes: “Fulano se paró en un ladrillo y se mareó hasta enloquecer”. En esta frase se resume por qué es esencial la existencia de contrapesos. Nótese que Acton no habla de la persona específica, ni de su origen social o económico, ni tampoco de lugar o época.
Parece que es una ‘ley universal’. Cualquier persona que tenga poder tiende a la corrupción. Y es que al ejercer el poder se gana de inmediato la sensación de que se controla, voluntaria o involuntariamente, a otros. Y esa sensación de control, que es efectivamente real, tiende a generar una suerte de lombrices en la cabeza que le insisten a la persona: “Aquí no hay realmente límites, puedo controlar esto o aquello”. Y muy pronto se convence que puede hacer mucho más, puede ejercer mayor control.
Y si nadie lo detiene, le pone un alto, continuará por ese camino, ampliando su sensación de poder, que se traducirá en mayor control sobre los demás pensando que todo lo puede. Sólo si tiene mecanismos internos que lo restrinjan, o bien alguna persona cercana que le diga al oído que se está excediendo, no tenderá a la corrupción, como dijo Acton.
De ahí viene la importancia de los contrapesos en una democracia. Al ejercer autoridad, que se traduce en sentido estricto en ejercicio de poder, quienes tienen el poder público pueden tender a buscar más y más poder, más y más control. Para contener esa tendencia se han diseñado contrapesos que limiten el poder de quien tiene esa autoridad. Las democracias más avanzadas generalmente tienen una arquitectura institucional que provee y ejerce dichos contrapesos para asegurar un ejercicio de la autoridad, del poder, que sea equilibrado, que esté contenido.
Pero sucede también que los contrapesos formales existen, pero no siempre funcionan. Los ejemplos abundan: el nombramiento de funcionarios que no cumplen los requisitos legales, un Congreso estatal sumiso ante los designios del gobernador en turno, o un juez controlado por el Ejecutivo. El poder del Ejecutivo avasalla a los otros poderes, incluso a órganos constitucionales autónomos. Esto es especialmente grave a nivel estatal y a nivel municipal. Ya nos parece la norma, pero no es como debe ser. De hecho, por ello en buena medida no funciona el federalismo mexicano tal y como debiera hacerlo.
Otras consideraciones al respecto, las tenemos en su entrega “El poder absoluto corrompe”, de Billie J. Parker, publicado el pasado junio del presente año que asienta lo siguiente: Como se exhibió en el último de los “debates” del INE, el interés del puntero Andrés Manuel López Obrador, es la de obtener el poder absoluto: presidencia, congresos, gubernaturas, todos los cargos de elección popular para obtener su “nueva república”. En el escenario de un derrumbe del entramado institucional la sola idea de que alguien ostente el poder absoluto es un signo de alarma, que debe ser analizado y reflexionado antes de acudir a las urnas y marcar la boleta con un mismo color.
Apremia que el voto ciudadano fortalezca la lastimada democracia mexicana con frenos y contrapesos. Es la única opción viable para crear una sociedad legal. La idea de restaurar este modelo de democracia moderna, es para evitar la ingobernabilidad que hoy nos ocupa porque los tres poderes de la unión se alejaron del pueblo. Se puede votar por el candidato a la presidencia que se quiera, pero para evitar que esto siga descomponiéndose, hay que evitar un régimen político en el que una sola persona gobierne sin someterse a ningún tipo de limitación y con la facultad de promulgar y modificar leyes a su voluntad. Los electores, deben tener en cuenta la estructura de la división de poderes y la configuración constitucional “frenos y contrapesos”, para asegurar la gobernabilidad, el control de la corrupción y evitar la fuga de capitales, ante el riesgo de volver a un presidencialismo omnipresente y todo poderoso, y peor aún a una dictadura de mesiánicos, como ocurre en algunos países en Latinoamérica.
En el siglo XVIII, Montesquieu y Kant plantearon los pesos y contrapesos para moderar a los “príncipes” o superiores” con dos principios útiles: la división de poderes y la transparencia del Estado. Poseemos el perfil de una sociedad carismática, guiados siempre por un caudillo; donde el carisma, su destreza política, su fuerza y la percepción de un poder mesiánico, son los que mandan.
López Obrador, llegó a la silla presidencial y la gente le concedió todo el congreso en las urnas. Supongamos que actúa de buena fe, los estudiosos del poder como Weber prevén que las condiciones de un poder absoluto lo obligarían al desequilibrio y a la corrupción. Cuando un solo político tiene tanto poder, tuerce la ley a sus intereses y somete a los contrapesos para dar paso al iluminado. Las instituciones serían avío del poder absoluto, tarde o temprano. La corrupción, producto del poder absoluto destruye los valores, vía la manipulación y la alienación, no hay raciocinio libre. La corrupción estructural tiene en la simulación y la desinformación herramientas claves para apagar los contrapesos sociales. Aplastan a la prensa, dominan la opinión en redes, a macro y micro grupos sociales, colectivos, sociedad civil organizada, utiliza a los jóvenes y la tecnología para sumarlos y cuando logra sus propósitos, el manipulador no tiene que recurrir al uso manifiesto de la fuerza, ya están bajo la influencia del abusivo del poder**¿Cómo la ve? ***